El Algebra de Baldor,
es el libro más consultado en los colegios y universidades. Tenebroso para
algunos, misterioso para otros y definitivamente indescifrable para los
adolescentes que sufren mucho tratando de resolver los ejercicios.
El autor del algebra
no es aquel hombre árabe que muchos se imaginan, Aurelio Ángel Baldor hijo
menor de Gertrudis y Daniel, nacido el 22 de octubre de 1906 portador de un
apellido que significa "valle de oro", nació en La Habana, Cuba, y su
problema más difícil no fue una operación matemática, sino la revolución de
Fidel Castro. Esa fue la única ecuación inconclusa del creador del Algebra de
Baldor, un apacible abogado y matemático que se encerraba durante largas
jornadas en su habitación, armado sólo de lápiz y papel, para escribir un texto
que desde 1941 aterroriza y apasiona a millones de estudiantes de toda
Latinoamérica.
Aurelio
Baldor:
(1.906 -
1.978), el autor del libro que más terror despierta en los estudiantes de
bachillerato de toda Latinoamérica, no nació en Bagdad. Nació en La Habana,
Cuba, y su problema más difícil no fue una operación matemática, sino la
revolución de Fidel Castro. Esa fue la única ecuación inconclusa del creador
del Algebra de Baldor, un apacible abogado y matemático que se encerraba
durante largas jornadas en su habitación, armado sólo de lápiz y papel, para
escribir un texto que desde 1941 aterroriza y apasiona a millones de
estudiantes de toda Latinoamérica.
El Algebra
de Baldor, aún más que El Quijote de la Mancha, es el libro más consultado en
los colegios y escuelas desde Tijuana hasta la Patagonia. Tenebroso para
algunos, misterioso para otros y definitivamente indescifrable para los
adolescentes que intentan resolver sus "misceláneas" a altas horas de
la madrugada, es un texto que permanece en la cabeza de tres generaciones que
ignoran que su autor, Aurelio Ángel Baldor, no es el terrible hombre árabe que
observa con desdén calculado a sus alumnos amedrentados, sino el hijo menor de
Gertrudis y Daniel, nacido el 22 de octubre de 1906 en La Habana, y portador de
un apellido que significa "valle de oro" y que viajó desde Bélgica
hasta Cuba sin tocar la tierra de Scherezada.
Baldor, el
grande
Daniel
Baldor reside en Miami y es el tercero de los siete hijos del célebre
matemático. Inversionista, consultor y hombre de finanzas, Daniel vivió junto a
sus padres, sus seis hermanos y la abnegada nana negra que los acompañó durante
más de cincuenta años, el drama que se ensañó con la familia en los días de la
revolución de Fidel Castro.
"Aurelio
Baldor era el educador más importante de la isla cubana durante los años
cuarenta y cincuenta. Era fundador y director del Colegio Baldor, una
institución que tenía 3.500 alumnos y 32 buses en la calle 23 y 4, en la
exclusiva zona residencial del Vedado. Un hombre tranquilo y enorme, enamorado
de la enseñanza y de mi madre, quien hoy lo sobrevive, y que pasaba el día
ideando acertijos matemáticos y juegos con números", recuerda Daniel, y
evoca a su padre caminando con sus 100 kilos de peso y su proverbial altura de
un metro con noventa y cinco centímetros por los corredores del colegio,
siempre con un cigarrillo en la boca, recitando frases de Martí y con su
álgebra bajo el brazo, que para entonces, en lugar del retrato del sabio árabe
intimidante, lucía una sobria carátula roja.
Los Baldor
vivían en las playas de Tarará en una casa grande y lujosa donde las puestas de
sol se despedían con un color distinto cada tarde y donde el profesor dedicaba
sus tardes a leer, a crear nuevos ejercicios matemáticos y a fumar, la única
pasión que lo distraía por instantes de los números y las ecuaciones. La casa
aún existe y la administra el Estado cubano. Hoy hace parte de una villa
turística para extranjeros que pagan cerca de dos mil dólares para pasar una
semana de verano en las mismas calles en las que Baldor se cruzaba con el
"Che" Guevara, quien vivía a pocas casas de la suya, en el mismo
barrio.
"Mi
padre era un hombre devoto de Dios, de la patria y de su familia", afirma
Daniel. "Cada día rezábamos el rosario y todos los domingos, sin falta,
íbamos a misa de seis, una costumbre que no se perdió ni siquiera después del
exilio". Eran los días de riqueza y filantropía, días en que los Baldor
ocupaban una posición privilegiada en la escala social de la isla y que se
esmeraban en distribuir justicia social por medio de becas en el colegio y
ayuda económica para los enfermos de cáncer.

Algebra del
exilio
El 2 de
enero de 1959 los hombres de barba que luchaban contra Fulgencio Batista se
tomaron La Habana. No pasaron muchas semanas antes de que Fidel Castro fuera
personalmente al Colegio Baldor y le ofreciera la revolución al director del
colegio. "Fidel fue a decirle a mi padre que la revolución estaba con la
educación y que le agradecía su valiosa labor de maestro..., pero ya estaba
planeando otra cosa", recuerda Daniel.
Los planes
tendría que ejecutarlos Raúl Castro, hermano del líder del nuevo gobierno, y
una calurosa tarde de septiembre envió a un piquete de revolucionarios hasta la
casa del profesor con la orden de detenerlo. Sólo una contraorden de Camilo
Cienfuegos, quien defendía con devoción de alumno el trabajo de Aurelio Baldor,
lo salvó de ir a prisión. Pero apenas un mes después la familia Baldor se quedó
sin protección, pues Cienfuegos, en un vuelo entre Camagüey y La Habana,
desapareció en medio de un mar furioso que se lo tragó para siempre.
"Nos
vamos de vacaciones para México, nos dijo mi papá. Nos reunió a todos, y como
si se tratara de una clase de geometría nos explicó con precisión milimétrica
cómo teníamos que prepararnos. Era el 19 de julio de 1960 y él estaba más
sombrío que de costumbre. Mi padre era un hombre que no dejaba traslucir sus
emociones, muy analítico, de una fachada estricta, durísima, pero ese día algo
misterioso en su mirada nos decía que las cosas no andaban bien y que el viaje
no era de recreo", dice el hijo de Baldor.
Un vuelo de
Mexicana de Aviación los dejó en la capital azteca. La respiración de Aurelio
Baldor estaba agitada, intranquila, como si el aire mexicano le advirtiera que
jamás regresaría a su isla y que moriría lejos, en el exilio. El profesor,
además del dolor del destierro, cargaba con otro temor. Era infalible en
matemáticas y jamás se equivocaba en las cuentas, así que si calculaba bien, el
dinero que llevaba le alcanzaría apenas para algunos meses. Partía acompañado
de una pobreza monacal que ya sus libros no podrían resolver, pues doce años
atrás había vendido los derechos de su álgebra y su aritmética a Publicaciones
Culturales, una editorial mexicana, y había invertido el dinero en su escuela y
su país. La lucha empezaba.
Los Baldor,
incluida la nana, se estacionaron con paciencia durante 14 días en México y
después se trasladaron hasta Nueva Orleans, en Estados Unidos, donde se encontraron
con el fantasma vivo de la segregación racial. Aurelio, su mujer y sus hijos
eran de color blanco y no tenían problemas, pero Magdalena, la nana, una
soberbia mulata cubana, tenía que separarse de ellos si subían a un bus o
llegaban a un lugar público.
Aurelio
Baldor, heredero de los ideales libertarios de José Martí, no soportó el trato
y decidió llevarse a la familia hasta Nueva York, donde consiguió alojamiento
en el segundo piso de la propiedad de un italiano en Brooklyn, un vecindario
formado por inmigrantes puertorriqueños, italianos, judíos y por toda la
melancolía de la pobreza. El profesor, hombre friolento por naturaleza, sufrió aún
más por la falta de agua caliente en su nueva vivienda, que por el desolador
panorama que percibía desde la única ventana del segundo piso.
La
aristocrática familia que invitaba a cenar a ministros y grandes intelectuales
de toda América a su hermosa casa de las playas de Tarará, estaba condenada a
vivir en el exilio, hacinada en medio del olvido y la sordidez de Brooklyn,
mientras que la junta revolucionaria declaraba la nacionalización del Colegio
Baldor y la expropiación de la casa del director, que sirvió durante años como
escuela revolucionaria para formar a los célebres "pioneros". La
suerte del colegio fue distinta. Hoy se llama Colegio Español y en él estudian
500 estudiantes pertenecientes a la Unión Europea. Ningún niño nacido en Cuba
puede pisar la escuela que Baldor había construido para sus compatriotas.
Lejos de la
patria
Aurelio
Baldor trató en vano de recuperar su vida. Fue a clases de inglés junto a sus
hijos a la Universidad de Nueva York y al poco tiempo ya dictaba una cátedra en
Saint Peters College, en Nueva Jersey. Se esforzó para terminar la educación de
sus hijos y cada uno encontró la profesión con que soñaba: un profesor de
literatura, dos ingenieros, un inversionista, dos administradores y una
secretaria. Ninguno siguió el camino de las matemáticas, aunque todos
continuaron aceptando los desafíos mentales y los juegos con que los retaba su
padre todos los días.
Con los
años, Baldor se había forjado un importante prestigio intelectual en los
Estados Unidos y había dejado atrás las dificultades de la pobreza. Sin
embargo, el maestro no pudo ser feliz fuera de Cuba. No lo fue en Nueva York
como profesor, ni en Miami donde vivió su retiro acompañado de Moraima, su
mujer, quien hoy tiene 89 años y recuerda a su marido como el hombre más
valiente de todos cuantos nacieron en el planeta. Baldor jamás recuperó sus
fantásticos cien kilos de peso y se encorvó poco a poco como una palmera
monumental que no puede soportar el peso del cielo sobre sí. "El exilio le
supo a jugo de piña verde. Mi padre se murió con la esperanza de volver",
asegura su hijo Daniel.
El autor del
Algebra de Baldor se fumó su último cigarrillo el 2 de abril de 1978. A la
mañana siguiente cerró los ojos, murmuró la palabra Cuba por última vez y se
durmió para siempre. Un enfisema pulmonar, dijeron los médicos, había terminado
con su salud. Pero sus siete hijos, quince nietos y diez biznietos, siempre
supieron y sabrán que a Aurelio Baldor lo mataron la nostalgia y el destierro.
(Revista Dinners, Colombia-2000).
Comentarios
Publicar un comentario